Anoche se fue la luz en mi colonia. Me estaba bañando y de repente sentí un silencio absoluto. Sentí como el agua corría más libre, más pura. Sentí como los sonidos se percibían más claramente y las cosas se veían de otra manera.
Cada que pasa esto siento una liberación indescriptible, siento que se alivia una parte de mi. Es un momento en el que todo se apaga, menos nuestros sentidos. Todo se pone alerta. Las pupilas se abren y todos nos comenzamos a ver unos a otros tal como somos, en la oscuridad. Nos reconocemos, de una manera distinta a como nos vemos en esa luz artificial que nos protege de la oscuridad.
Es un momento en el que se va ese maldito zumbido de la TV y de todos los aparatos que consumen electricidad. Y sólo quedan los insectos y los perros. Pero después hasta los perros se callan..
No es tanto la oscuridad, porque después podemos prender velas. Es más la quietud que se siente. La complicidad que se siente. La sensación de que despertamos de un largo sueño, de una larga hipnosis. Y estamos más vivos. Sin la televisión, sin la computadora, sin el zumbido imperceptible de las luces y del refrigerador y de la TV.
Poco a poco todo es calma. Todo en el mundo va tomando su lugar natural. La naturaleza reclama lo suyo y el sueño empieza a caer, lo que no es posible con las luces encendidas.
Siempre tenemos las luces encendidas en la noche. ¿Tanto miedo le tenemos a la oscuridad? ¿A contemplarnos a nosotros mismos con los demás sentidos? Prolongamos el día con nuestra electricidad, pretendemos que somos más productivos. Pero en la oscuridad somos más débiles, más sensibles. Nos damos cuenta de lo pequeños que somos sin nuestros avances tecnológicos, que no somos los dueños del planeta. En la oscuridad regresamos a nuestros instintos anteriores.
Podemos contemplar la silueta de una rama que se mueve con el viento, recortada contra el resplandor del cielo urbano. Podemos mirarnos con las pupilas totalmente abiertas, con los sentidos totalmente abiertos. Y hablar... y hablar con nuestra voz más natural y no con la que elevamos para sobresalir al zumbido. Y no callar cuando se terminan los comerciales, sino unicamente cuando el silencio dice más que las palabras.
Callar cuando la oscuridad dice mil cosas más que la electricidad.
Cada que pasa esto siento una liberación indescriptible, siento que se alivia una parte de mi. Es un momento en el que todo se apaga, menos nuestros sentidos. Todo se pone alerta. Las pupilas se abren y todos nos comenzamos a ver unos a otros tal como somos, en la oscuridad. Nos reconocemos, de una manera distinta a como nos vemos en esa luz artificial que nos protege de la oscuridad.
Es un momento en el que se va ese maldito zumbido de la TV y de todos los aparatos que consumen electricidad. Y sólo quedan los insectos y los perros. Pero después hasta los perros se callan..
No es tanto la oscuridad, porque después podemos prender velas. Es más la quietud que se siente. La complicidad que se siente. La sensación de que despertamos de un largo sueño, de una larga hipnosis. Y estamos más vivos. Sin la televisión, sin la computadora, sin el zumbido imperceptible de las luces y del refrigerador y de la TV.
Poco a poco todo es calma. Todo en el mundo va tomando su lugar natural. La naturaleza reclama lo suyo y el sueño empieza a caer, lo que no es posible con las luces encendidas.
Siempre tenemos las luces encendidas en la noche. ¿Tanto miedo le tenemos a la oscuridad? ¿A contemplarnos a nosotros mismos con los demás sentidos? Prolongamos el día con nuestra electricidad, pretendemos que somos más productivos. Pero en la oscuridad somos más débiles, más sensibles. Nos damos cuenta de lo pequeños que somos sin nuestros avances tecnológicos, que no somos los dueños del planeta. En la oscuridad regresamos a nuestros instintos anteriores.
Podemos contemplar la silueta de una rama que se mueve con el viento, recortada contra el resplandor del cielo urbano. Podemos mirarnos con las pupilas totalmente abiertas, con los sentidos totalmente abiertos. Y hablar... y hablar con nuestra voz más natural y no con la que elevamos para sobresalir al zumbido. Y no callar cuando se terminan los comerciales, sino unicamente cuando el silencio dice más que las palabras.
Callar cuando la oscuridad dice mil cosas más que la electricidad.
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